miércoles, abril 09, 2008

Estética

A la señora bajita de piernas recogidas y con várices, de piel morena, nariz ancha, senos grandes y caderas amplias, que llevaba un vestido de flores coloridas y un labial rojo encendido, le compré el dulce abrigo sólo porque me pareció tan propia de un cuadro costumbrista que me dio vergüenza con el arte y el oficio de mi tierra dejarla pasar de largo sin preguntarle siquiera si aquel trapo era barato. Ella me dijo, muy barato y muy bueno, y se alejó sonriendo, sin su dulce abrigo -ahora mío-, con mis tres mil pesos -ahora suyos- y ese vaivén de caderas de mulata vieja que tanto me gusta.

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