No sabía que en eso se había convertido:
una línea. Ni siquiera la línea del horizonte, ni mucho menos la de una sonrisa;
no era una línea curva que hiciera de contorno para una lágrima ni una de esas
líneas juguetonas que permitían llegar al cielo en las rayuelas de los
niños. No era el borde de una
flor, ni la trayectoria de un beso. Era una línea y no se había dado cuenta.
Una línea plana, una línea casi muerta, era una insensible e insensata línea quieta.
Primero fue un hipo silencioso. Un
saltito minúsculo. Un rayoncito descuadrado. Un salto más alto, un pájaro sin
jaula, un pedacito de nube, una flor abierta, una cascada, una flecha, un beso,
una palabra, el contorno de una lágrima, los ojos de un gran pez, la esquina de
la luna, el horizonte entero.