lunes, agosto 13, 2007

Comentarios - mientras pienso en un mejor título.

A ver, por dónde empiezo. Escribir hoy ha resultado ser tan parecido a arreglar el closet que hasta me da miedo, ¿qué tal que apenas saque toda la ropa y me disponga a volver a meterla me coja un ataque de pereza o me caiga un trabajo más urgente que los que estoy posponiendo para perderme un ratico en este San Alejo?

Las tres faldas nuevas, voy a sacar esas.

1. 12 de agosto
Sentí un click sordo, ese sonido de implosión que se escucha adentro cuando uno descubre que ya pasó todo, que las ilusiones no serán más que palabras, que la realidad es precisamente la que uno temía que fuera. Estuve unos minutos mirando la destrucción, buscando debajo de los ladrillos algo que hubiera sobrevivido, alguna pieza que siguiera intacta, algunas palabras que no estuvieran rotas, un espejo, un recuerdo: había cuatro casi intactos y la mayoría de las palabras estaban empolvadas, casi imposibles de reconocer. Tomé lo que pude y me apresuré a cerrar la puerta. Otro click, más débil aún. El suelo tembló y no pude evitar llorar. Ya se había ido. Una llamada, dos, tres, una cita a las 10 y una despedida a las 2 y yo sabía qué había pasado entretanto, qué había ocurrido en esas horas, quién había dado la primera caricia, quién había guardado silencio. Sabía todo. La puerta sigue ahí, pero ya sé que detrás no hay nada.

2. 12 de agosto (Mientras tanto)
Leer 750 páginas en dos días no es una proeza sino un mecanismo de defensa resultado de la necesidad de absorber en dos días toda la vida que me fuera posible. Y Harry Potter resultó mi aliado en la odisea, viví, finalmente. Mientras todo se derrumbaba, yo podía gritar ---- no diré qué, no vaya a ser que algún lector de Potter esté acá y termine siendo yo la mala que cuenta el final de su historia favorita.


3. 11 de agosto
La peluquería. Tan parecida a la sociedad que hasta me dan ganas de vomitar. Cada vez más hombres se hacen el manicure, aunque lo hacen mientras cuentan las historias de sus novias, de sus hijas, de sus amantes. Imposible guardar silencio y que los demás crean que son maricas, gays, homosexuales. Por cada uña una anécdota de amor absurdo, de pasión exagerada. Ese sonido constante de un secador que pasa por encima de ti cada tres segundos, tostándote las ideas, aunque a ti sólo te estén arreglando las uñas. Esos pelos tirados en el suelo sin importar cuántas veces barran o con qué escoba lo hagan. Esas conversaciones que no paran. Las dos señoras, feas como ninguna y bonitas como cualquiera, porque en esta ciudad cualquiera con unos cuantos millones en la cuenta pasa de ser la que menos miran a convertirse en la que más admiran, por sus tetas (ups, qué grosera estoy), sus narices perfectamente moldeadas –a las de otras cien- y sus caderas, tan redondas como si estuvieran dibujadas a manera de bosquejo, de esos que son llenos de bolitas para dar con la correcta proporción humana. Las dos feas operadas no paran de hablar, que ojalá fulanita –la niña de quince que está en embarazo y llena de orgullo a todos los que la rodean, porque la mujer es pa parir; menos a su mamá y a sí misma que se veían en otros cuentos antes cederle al destino la opción de realizar su camino- tenga un niño, porque qué horror que sea niña, vea un botón para la muestra, sus hijos, siquiera, gracias a mi Dios, afortunadamente, son hombres y muy hombrecitos por cierto, siquiera son sin vergüenzas (léase perros, mujeriegos), pero qué tal que fueran mujeres y fueran así, ay Dios mío, virgen santísima, que me vengan a mí conque mi hijo es perro y le digo que sí y a mucho orgullo, pero que no me digan que mi hija es perra, porque mato y como del muerto y quién podría con la vergüenza (léase deshonor humillante, aprobio) donde fuera cierto. Y esa impotencia que se siente cuando las manos se convierten en objetos inútiles, incapaces siquiera de sacar un billete del bolsillo, de encender un cigarrillo o de chasquear los dedos para que todo desaparezca. Ah, y esta vez hay dolor en el ambiente, la novia del hijo de la dueña había muerto súbitamente, joven, bonita, querida como todo muerto, aunque según las fuentes esta sí era querida. Había muerto y la habían arreglado como no era, la noche anterior un ejército de almas caritativas había salido, desinteresadamente, con secador, cepillo y maquillaje para dejar el cuerpo como era cuando estaba vivo, los de la funeraria no habían logrado el cometido. Tan desinteresadamente que se había convertido en el tema recurrente. Y mientras el secador sigue golpeándome, se arremolinan más y más dolientes para que les cepillen el pelo, les arreglen las uñas, les depilen las cejas porque hay que ir, no a dar respetos ni a presentar las condolencias, sino a ver la muerta y todos sabemos que pa los muertos no hay como visitantes muy bien arreglados.
En fin. La peluquería, la vida. O ¿soy yo?



Ahora los zapatos, los viejos, los caminados.

Últimamente ando con la sensación de estar librando una batalla en el mundo de las palabras, en las hojas vacías. Una guerra que no sé cómo empezó ni cuándo, pero que cada día me aleja más y más, como si yo fuera un libro deshojado y me hubieran empezado, a punta de palabras, a llenar de páginas y páginas de sin sentido y hubieran convertido a mi página siguiente en el epílogo.

Pensándolo bien, no me daría la vida pa seguir arreglando el closet. No por hoy.

1 comentario:

X. dijo...

Yo no soporto las peluquerías.
Lograste muy bien tu cometido, ahora a parte de no soportarlas, me dan asco.
Lo del entierro me recordó a Henry Miller.
Hey! Claro que puedes vinvular mi blog en tu página, todo un honor.
Feliz fin del mundo.