¿Qué tal que pudiera hacerme un listado de mandamientos, algo así como un manual de qué no se me hace, de qué no debo dejar que me hagan, que se sume a las miles de leyes que tengo grabadas en mi ADN y que me dicen qué no debo hacer?
Sería difícil construirlo, porque pelearían la psicología, el mercadeo y las buenas maneras, lo que llaman la educación y el consabido silencio que la acompaña. Pelearían las ganas de gritar que a mí nunca se me dice que se enseñaron a estar sin mí, que a mí nunca se me tiene que sacar un rato escurrido en una cronología ajena, que a mí nunca se me llama sólo cuando las funciones fisiológicas están dándole un respiro a la agenda telefónica, que a mí nunca se me deja para mañana, para después, para cuando haya un ratico libre o un sueño inconcluso pataleando en una cuna de caña brava, que a mí nunca se me deja con una confesión en la boca, un nudo en la garganta y una clase por delante, que a mí nunca se me deja esperando oír un ringtone para escuchar un hasta mañana ya gastado, ya costumbre.
Estos gritos pelearían con el estropajo de mercadeo y buenas maneras que tengo metido en la boca, con las lianas de razones, justificaciones y perdones que me amarraron los brazos para no salir flotando, con esta necesidad de no tener que gritarlo nunca que tengo hirviendo en agua de ruda para tomarme la aromática, con el miedo a oír mi voz entre la selva de silencios, de ver cerrarse un camino que ya hasta letrero con calavera tiene en la puerta.
Pero, sobre todo, pelearían con este sentimiento de amor eterno, con estas ganas de que todo sea un dejavu mal vivido, de que llegue por fin la noche en que encuentre un carro más en el parqueadero, de que vea zapatos de otra talla en el closet, de que encuentre un cepillo de dientes más. Pelearían con lo que siento y tengo que seguir sintiendo, porque entre las miles de normas de mi ADN, están prohibidos los abortos, y dejar de sentir ahora, así, abruptamente, sería el peor de todos.
lunes, julio 30, 2007
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