domingo, septiembre 23, 2007

REFLEXION DE 10 PM

El amor es a veces como un niño chiquito: camina con pasitos corticos e inestables, se tambalea, se cae, se pone de pie y lo mira a uno, fijo a los ojos, hace un puchero, deja escapar un sollozo y uno se acerca para ver que todo está bien y el amor-niño pega un grito, un llanto desconsolado, descontrolado.

Entonces se pone de pie, con ayuda de uno, y él solito da otro paso, se tambalea una vez más, pero extiende sus manos y encuentra el equilibrio, el suyo, y suelta una carcajada, contagiosa, amplia, honda, hasta que se seca, literalmente se seca de la risa y vuelve la mirada y el sollozo que sigue al puchero y el amor se cae, esta vez del puro miedo. Y lo mira a uno como si uno fuera el culpable, uno que lo ama, que lo vio nacer, que lo ha cuidado con esmero, que hasta leche de esa cara le ha comprado, que deja de dormir con tal de verlo descansar tranquilo.

Y uno cree, teme, que el amor se va a morir de furia o de seguir seco. Entonces él lo agarra a uno de las piernas, se pone de pie y estira los bracitos para que uno lo cargue y empieza a sonreír entre sollozos, hasta soltar una carcajada limpia, lo aprieta a uno con todas sus fuerzas, como si quisiera atravesarlo, y uno se convierte entonces en un niño chiquito, ahora es uno el que sonríe, el que se tambalea, el que llora, hace pucheros, suelta carcajadas contagiosas, se cae y se seca y ahora es el amor el que se hace grande y lo abraza a uno y lo tranquiliza y le compra leche de esa cara y se trasnocha con tal de verlo descansar a uno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

esos niñitos que lloran y abrazan y hacen pucheros son también unos "monstruos perversos y polimorfos"...
para qué decir más?

P.

veroniej@gmail.com dijo...

para qué decir sólo eso?