miércoles, enero 31, 2007

16 Millones de segundos (casi 17)

Tengo 31 años, casi 32, y tengo que confesar que todavía no he vivido.

Al menos no he hecho nada que sea tan importante como para sentarme y pensar en todo lo que he aprendido, en todo lo que ha ocurrido, en todo lo que he cambiado, y aspirar profundamente el cigarrillo mientras pienso, Mierda, todo lo que he vivido.

No
Nada que siembro un árbol, aunque un día casi lo hago.
Nada que escribo un libro, en parte porque nada que vivo, así que sigo sin tener qué escribir y ahí empieza un círculo vicioso como tantos otros en los que se van metiendo los días.
Y nada que tengo un hijo.

No he superado ni el abc de la vida, no he hecho lo básico, lo mínimo que, según el dicho, todos debemos hacer para sentir que hemos vivido.

Y a eso no es sino sumarle cosas.

Nunca he visto un arma de verdad... salvo dos, aquella con la que practicaba tiro ese novio que tuve un tiempo cuando no sabía siquiera cómo se definía el amor y la que me pusieron en la cabeza cuando atracaron el restaurante de comidas rápidas en el que acababa de pedir un sánduche que se llamaba media luna, aunque tenía forma alargada, y las cientos de juguete, las de luces, las de agua, las de balines y las que se parecen tanto a las de verdad que hasta tienen prohibido llevarlas por la calle.

No he sido revolucionaria, porque, a decir verdad, no me ha pasado nada que me lleve a protestar, no he sentido el llamado de la izquierda o la derecha y el punto intermedio me resulta lo suficientemente cómodo como para quedarme en él. Aunque si algún día llegara a serlo, creo que no me gustaría, porque terminaría peleando contra eso de las revoluciones armadas mientras abogo por las culturales, que tampoco llevaron a ninguna parte a los seguidores de Mao Tse.

No he hecho largas travesías heroicas en las que he desafiado a la naturaleza, vencido a los violentos, superado pruebas tortuosas, padecido hambre y frío, en las que me he agotado físicamente y de las cuales mi espíritu ha salido renovado, con un conocimiento nuevo, con otra visión de la vida. Mis viajes han sido programados, con maletas de 40 kilogramos y pasajes costosos en avión y de ellos no he aprendido nada que no hubiera podido aprender en los libros.

No he conocido la pobreza.

Si a eso vamos, tampoco he sentido la tristeza, la profunda, la que se queda en los ojos.

Y, sin embargo, tengo 31 años, casi 32, es decir que he estado 11.315 días acá, 16’293.600 segundos, y, sin duda, algo ha pasado en ellos.

Pero qué, Mierda, qué.

Tal vez si lo veo de atrás para adelante o si hago un promedio de mis días.

De la casa al trabajo, del trabajo a la casa o al bar o al restaurante. Y el trabajo se divide en dos, de la oficina a las clases, de las clases a la oficina, siempre con el mismo ritmo frenético, siempre con el despertador que suena y que ignoro, siempre las carreras, las congestiones. El sol. Las nubes. La lluvia. La gastritis. El cigarrillo. El tinto. Siempre mi ciudad, mi Medellín.

y... ¿si mi Medellín no existe?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa Medellín existe.. esa que se teje en la piel, que se escribe con la voz, con las miradas, con las sonrisas extrañas en los semáforos...

La vida que otros tejen por segundos es el aniquilamiento de la existencia. Se ha vivido, para sí.. para los Instantes de Humanidad que se vuelven cósmicos en medio de la aparente rutina. Rutina que no lo es porque ningún segundo es igual al anterior ni al que viene... tienen su identidad.

NO son años... son luz.. luz que sale de las pupilas para integrar el diafragma del alma con la hostilidad de las apariencias.

Son rayos de sol que se graban en el termostato de las ausencias y en la calefacción de presencias que a veces parecerán inconclusas... pero que al fin y al cabo nos nutren de historias que unos escriben en libros de papel y otros los plasman en imágenes de la vida.

Ese océano que nutre el alma para sentarse un segundo a decir que lo mejor de la vida vivida... es la sutil cacofonía de un azul de alma.

Ninguis

Anónimo dijo...

También intento justificar, sobre todo a mi misma, por que no escribo todavía “el libro” que vive en mi memoria como un deseo insatisfecho desde el día que aprendí a escuchar. A escuchar.
Mucho antes de aprender a leer y a escribir desarrollé una primera fascinación con las letras, con las historias y con los mundos fantásticos. Escuchaba a mi mamá, adormecida y cansada, leernos, a mi hermano y a mi, historias extraordinarias de reinos y mundos lejanos.
Igual que tu, desarrollé una lista enorme de excusas, increíblemente poco creativas, por decir lo menos, para nunca confrontar el miedo a escribir-me.
Te enumero solamente algunos ejemplos:
1. El trabajo: Obvio. Este se comparte. Hay que sobrevivir, para comer, para pagar las cuentas, para escribir un día. Y claro, en esta economía globalizada, hay que darlo todo, demostrarlo todo, ¡ser la mejor! De la casa al trabajo, del trabajo al bar (como tu lo describes) aún con la conciencia plena de que los años pasan y los sueños se apagan.
El tedio comienza a ganarte la vida.
2. Alejarse de Medellín: intenté, como Gonzalo Arango, alejarme de su pequeña Detroit empujada por la promesa de, finalmente, vivir algo “escribible”, en ciudades “escribibles”, con gente digna de ser escrita. Lo que me encontré en cambio fue invisibilidad: desaparecí, tuve que reinventarme la existencia, en soledad.
3. Volver a estudiar: estrellarse con la realidad de ser el menos preparado de la clase. ¿Cómo escribir-ser entonces en un idioma extraño? Mejor dejar que la decepción se suicidara, junto con los recuerdos, entre litros de helado, y mientras tanto hacer lo posible por sobrevivir la tiranía de una academia desconocida.
3. Ni siquiera dejar de fumar vale la pena escribirse en un país que necesita héroes de verdad.

Fue rico leerte porque creo que compartimos excusas. Sin embargo, tú ganas, definitivamente tu libro tiene los mejores créditos para no-ser (perfectamente elaborados). Además, a diferencia tuya, he sentido dolor. Mis excusas se agotan: he amado, perdido, abandonado y sobre todo, he defraudado. Otra vez, tú ganas. Y me atrevo a concluir que la musa que esperas no murió con las “revoluciones de izquierda” o con la febril militancia política de nuestros padres. Quizá no vive tampoco en la pobreza extrema, y tampoco la encontrarías aún si te embarcaras en un viaje épico desde Medellín a la Patagonia con frijolitos dentro de los zapatos.

Encontrarte otra vez me ayudó a pensar que quizás lo que no hago con tanta intensidad como cuando no sabía leer o escribir es escuchar…
Las historias están ahí…las oyes?.

Es mi “primera vez” respondiendo a un blog. No tengo uno. Puedo contarle mi vida a la señora que va delante de mí en la fila del banco, (o a la señora de la tienda) pero me cuesta esto de publicar mis ideas a una humanidad fantasma. Me gusta que la humanidad tenga rostro, por fortuna el tuyo hace parte de mi mundo de fantasía, del que quisiera escribir, todavía.
P.

veroniej@gmail.com dijo...

Gracias! Hoy me tomó por sorpresa este comentario tuyo, no sé qué hizo que revisara las entradas antiguas y ver que me habías escrito. Pero gracias.