miércoles, junio 25, 2008

Fragmento de la carta-llanto

Recién entiendo que la vida que es sueño, es pesadilla, es ambas cosas; que sus hilos nos llevan y nos traen, que sus amarras no nos sueltan.

Recién entiendo que mientras estamos vivas, también estamos muertas. Tal vez, entonces, cuando muramos despertemos y los hilos nos traigan de regreso y los días se conviertan en suspiros y las risas reemplacen a los besos.

Recién entiendo que no es el destino ni la vida, que somos nosotras las que no actuamos, o actuamos en consecuencia de un plan que ahora olvidamos, como si fuéramos artífices, artesanas de sueños, pesadillas, vida y muerte.

Recién renuncio a esto de vivir muriendo o a morir mientras piensan que vivo o a vivir mientras creo que sueño o a anhelar.

Renuncio a esto de vivir atada. Y me ato a mi renuncia por si algún día despierto

miércoles, junio 11, 2008

Una explicación

Subí al blog La Carta, que no fue más que una carta que le escribí a mi tío Chepe hace poco más de un mes. Él la leyó y la releyó y se la mostró a todos sus amigos. Siquiera la leyó vivo. Siquiera no tuve que subir un montón de palabras dichas a alguien que nunca supo lo que sentí. Siquiera se fue tranquilo. La subí al blog, porque mis familiares y amigos me han pedido tantas copias, que me pareció más apropiado dejarla en un sitio al que ellos accedieran fácilmente.

La Carta

6 de mayo de 2008


Ay Chepelín, qué miedo escribirte, qué miedo escribirte ahora porque la recomendación general es distraernos, distraerte. La recomendación general es hacernos los bobos, hacer de cuenta que no está pasando nada, que no va a pasar nada. Que miedo irme en contra de la corriente y no mostrarte un paisaje que parece sacado de un cuadro y no darte una empanada mientras te miro y te digo “pero estás mejor que nosotros” o te pregunto cómo va el trabajo.

Lo mío son las palabras, siempre han sido, y mis palabras quieren hablar contigo, así sea de lejitos porque estas cosas del trabajo no me dejan otra opción. Hablar ahora, porque después no sabemos si hay tiempo.

Hablar de tantas cosas, como por ejemplo, de lo inmenso que eres en mi mente, pienso en ti y te veo grande grande y bonachón, quizás seamos casi de la misma estatura hoy en día, pero para mí, en la imagen mental que tengo tuya, eres un gigante de ojos azules. O hablarte de cómo fuiste el que me presentó los perros calientes, cuando llegabas de tus rumbas o tus trabajos, nunca supe bien de dónde, pero llegabas con un perro al que se le derramaba el ripio de papa y me dabas. O hablar de cómo me gusta cuando me hablas y me dices “miamor”, aunque sólo sea por costumbre, porque siento que mi tío el grande de ojos azules y bonachón me quiere, aunque no me haya llevado a partidos de fútbol, que igual no importa, porque a mí no me gusta el fútbol. O de como te veo con Juan Pablo y Susana y veo a mi papá con Jimena y conmigo, veo una entrega semejante. Igual me pasa cuando te veo con Maria Eugenia. Puedo hablarte de eso. O puedo hablarte de la muerte, ¿por qué no? Igual tenemos que enfrentarla y a ti te invade el miedo cuando te estás durmiendo y a nosotros – a mí- me invade la impotencia cuando me estoy durmiendo. Y el tema se queda sin tratar, porque creemos que si no lo hablamos no existe. Pero existe, existe la muerte tuya y la muerte mía y la muerte de mis padres y la de tus hijos, existen todas las muertes y algunas nos cogen por sorpresa y otras nos dan el beneficio de un pre-aviso. Y aunque la tuya llegue en treinta años, como es mi deseo y el de todos, o si llega en un mes o en un año; si es la primera o la última, igual quiero que hablemos de ella, porque es bueno que no nos dé miedo o que miremos el miedo en la cara y le hagamos muecas. Y seguir hablando porque cuando tenemos que irnos, empacamos y nos vamos, como cuando se acaba un paseo y debemos regresar. Y si llegas a irte antes que nosotros, en esa maletica de sueños y de recuerdos que seguro nos llevamos, lleva este te quiero, este te quiero hondo y esta gratitud que tengo todos los días con Dios porque hago parte de esta familia que es tan unida, tan linda, tan nuestra, que nos acompaña y nos cobija siempre. Y si llegas a irte antes, espero que entiendas que tú no te pierdes, tú sigues, sigues un camino que no conocemos, pero sigues. Y nosotros tampoco nos perdemos, seguimos nuestro camino y llevaremos en nuestra maletica de sueños tus recuerdos y tus risas y tus enseñanzas y tu paciencia y tu amor y tu comprensión y tu solidaridad y un día nos encontramos otra vez. Y si llegas a irte antes que nosotros, cuando llegues a donde llegues, asegúrate de decirles a todos que si necesitan referencias que nos llamen, que has sido bueno, el más bueno. Y, entonces, cuando sea la hora, vete tranquilo que aquí nos quedaremos mientras Dios lo considere necesario y cuidaremos a los tuyos como si fueran los nuestros, porque lo son, y nos llenaremos de orgullo con sus logros y te los contaremos todos.

Y si te quedas y me voy antes, porque nada en esta vida está comprado, entonces quédate sabiendo que has sido grande en mí y que acá donde me ves, con mis defectos y mis cualidades, y mi capacidad inmensa de aislarme de tanta reunión familiar que se atraviesa, te he querido, mucho.

Perdona que esta carta esté escrita en computador, pero ya se me olvidó escribir a mano.

Te dejo un beso y un abrazo y gracias Chepelín, gracias por estar acá, por tantos años lindos, por tantos recuerdos hermosos.