jueves, agosto 30, 2007

Conferencia

A mano izquierda subiendo, en el tercer piso, entre pilas y pilas de papeles, de invitaciones, de recortes de estudiantes, está el afiche. Chiquito, feo, verde - como la envidia y como este blog, ¡tendré que cambiarlo de color! - invita con letra minúscula a la conferencia: la Pobreza, dictada por expertos. Así dice. Expertos en pobreza. Qué será lo que tienen- ¿Estudiaron mucho el tema? ¿Lo leyeron? ¿Lo vivieron?

Experto en pobreza, mi amigo, el que iba en bicicleta hasta marzo, cuando se le dañó y empezó a llegar sudado, oliendo a hombre, a grasa, a jabón de tierra, a humo de carro, a tenis viejos. Y mi amigo o los otros o las otras como él, ¿de qué nos hablarían?

Mi amigo casi no hablaba, sólo de vez en cuando se le ponían los ojos vidriosos y entonces me decía con voz bajita y despacito, como para que sonara menos duro, como para que doliera menos, como para que no fuera cierto, que no había podido pagarle la escuela a los chiquitos, que para él –y para todos- era lo mismo que dejarlos sin almuerzo.

La gastronomía del pobre. De eso podrían hablarnos. Mi amigo se comía un pedazo de bocadillo en todo el día, lo sacaba de ese papel de aluminio arrugado, que era el mismo, siempre el mismo, cada día se le sumaba un rotico, una fisura. Y lo único que me recibía era un tinto, porque es común invitarse a tinto.

O ¿nos hablarán de sus desaparecidos, de sus duelos, sus batallas, de su visión de nosotros? Mi amigo un día no volvió. Dejó la bicicleta y su esposa fue por ella. No dijo nada tampoco. No lloró.

¿De qué nos hablarán los expertos en pobreza? ¿De la pobreza de nosotros? Si nosotros lo tenemos todo: carros, casas grandes, visas extranjeras, vicios costosos, verdades que copulan con mentiras, semen en botellitas, laberintos estrechos con minotauros privados y hasta tristezas que se quitan con pastillas.

-El color del blog lo cambiaré algún día, todavía no.-

martes, agosto 14, 2007

Catalejo, pa que mires un pedacito por acá

Mientras otros amores y otras faltas se tejerán en mi vida hasta llenarme de arrugas los ojos y de sonrisas la memoria, este amor te amará siempre.

lunes, agosto 13, 2007

Comentarios - mientras pienso en un mejor título.

A ver, por dónde empiezo. Escribir hoy ha resultado ser tan parecido a arreglar el closet que hasta me da miedo, ¿qué tal que apenas saque toda la ropa y me disponga a volver a meterla me coja un ataque de pereza o me caiga un trabajo más urgente que los que estoy posponiendo para perderme un ratico en este San Alejo?

Las tres faldas nuevas, voy a sacar esas.

1. 12 de agosto
Sentí un click sordo, ese sonido de implosión que se escucha adentro cuando uno descubre que ya pasó todo, que las ilusiones no serán más que palabras, que la realidad es precisamente la que uno temía que fuera. Estuve unos minutos mirando la destrucción, buscando debajo de los ladrillos algo que hubiera sobrevivido, alguna pieza que siguiera intacta, algunas palabras que no estuvieran rotas, un espejo, un recuerdo: había cuatro casi intactos y la mayoría de las palabras estaban empolvadas, casi imposibles de reconocer. Tomé lo que pude y me apresuré a cerrar la puerta. Otro click, más débil aún. El suelo tembló y no pude evitar llorar. Ya se había ido. Una llamada, dos, tres, una cita a las 10 y una despedida a las 2 y yo sabía qué había pasado entretanto, qué había ocurrido en esas horas, quién había dado la primera caricia, quién había guardado silencio. Sabía todo. La puerta sigue ahí, pero ya sé que detrás no hay nada.

2. 12 de agosto (Mientras tanto)
Leer 750 páginas en dos días no es una proeza sino un mecanismo de defensa resultado de la necesidad de absorber en dos días toda la vida que me fuera posible. Y Harry Potter resultó mi aliado en la odisea, viví, finalmente. Mientras todo se derrumbaba, yo podía gritar ---- no diré qué, no vaya a ser que algún lector de Potter esté acá y termine siendo yo la mala que cuenta el final de su historia favorita.


3. 11 de agosto
La peluquería. Tan parecida a la sociedad que hasta me dan ganas de vomitar. Cada vez más hombres se hacen el manicure, aunque lo hacen mientras cuentan las historias de sus novias, de sus hijas, de sus amantes. Imposible guardar silencio y que los demás crean que son maricas, gays, homosexuales. Por cada uña una anécdota de amor absurdo, de pasión exagerada. Ese sonido constante de un secador que pasa por encima de ti cada tres segundos, tostándote las ideas, aunque a ti sólo te estén arreglando las uñas. Esos pelos tirados en el suelo sin importar cuántas veces barran o con qué escoba lo hagan. Esas conversaciones que no paran. Las dos señoras, feas como ninguna y bonitas como cualquiera, porque en esta ciudad cualquiera con unos cuantos millones en la cuenta pasa de ser la que menos miran a convertirse en la que más admiran, por sus tetas (ups, qué grosera estoy), sus narices perfectamente moldeadas –a las de otras cien- y sus caderas, tan redondas como si estuvieran dibujadas a manera de bosquejo, de esos que son llenos de bolitas para dar con la correcta proporción humana. Las dos feas operadas no paran de hablar, que ojalá fulanita –la niña de quince que está en embarazo y llena de orgullo a todos los que la rodean, porque la mujer es pa parir; menos a su mamá y a sí misma que se veían en otros cuentos antes cederle al destino la opción de realizar su camino- tenga un niño, porque qué horror que sea niña, vea un botón para la muestra, sus hijos, siquiera, gracias a mi Dios, afortunadamente, son hombres y muy hombrecitos por cierto, siquiera son sin vergüenzas (léase perros, mujeriegos), pero qué tal que fueran mujeres y fueran así, ay Dios mío, virgen santísima, que me vengan a mí conque mi hijo es perro y le digo que sí y a mucho orgullo, pero que no me digan que mi hija es perra, porque mato y como del muerto y quién podría con la vergüenza (léase deshonor humillante, aprobio) donde fuera cierto. Y esa impotencia que se siente cuando las manos se convierten en objetos inútiles, incapaces siquiera de sacar un billete del bolsillo, de encender un cigarrillo o de chasquear los dedos para que todo desaparezca. Ah, y esta vez hay dolor en el ambiente, la novia del hijo de la dueña había muerto súbitamente, joven, bonita, querida como todo muerto, aunque según las fuentes esta sí era querida. Había muerto y la habían arreglado como no era, la noche anterior un ejército de almas caritativas había salido, desinteresadamente, con secador, cepillo y maquillaje para dejar el cuerpo como era cuando estaba vivo, los de la funeraria no habían logrado el cometido. Tan desinteresadamente que se había convertido en el tema recurrente. Y mientras el secador sigue golpeándome, se arremolinan más y más dolientes para que les cepillen el pelo, les arreglen las uñas, les depilen las cejas porque hay que ir, no a dar respetos ni a presentar las condolencias, sino a ver la muerta y todos sabemos que pa los muertos no hay como visitantes muy bien arreglados.
En fin. La peluquería, la vida. O ¿soy yo?



Ahora los zapatos, los viejos, los caminados.

Últimamente ando con la sensación de estar librando una batalla en el mundo de las palabras, en las hojas vacías. Una guerra que no sé cómo empezó ni cuándo, pero que cada día me aleja más y más, como si yo fuera un libro deshojado y me hubieran empezado, a punta de palabras, a llenar de páginas y páginas de sin sentido y hubieran convertido a mi página siguiente en el epílogo.

Pensándolo bien, no me daría la vida pa seguir arreglando el closet. No por hoy.

jueves, agosto 09, 2007

miércoles, agosto 08, 2007

Todavía


Todavía quiero verme estallar hasta que nazca María, hablar en diminutivo, nadar hasta que se me arrugue la piel, vivirte, saltar en los charcos en lugar de esquivarlos, creer en finales felices y contarme cuentos de terror,comer algodón de azúcar y terminar con los dedos empegotados, quitarle el miedo a las arañas, ver figuras en las nubes, escribir hasta que me duelan las manos, pedirle deseos a las estrellas fugaces, hablar hasta el amanecer, contener carcajadas debajo de la almohada, hacer sapitos con piedras, sentir que me duele el estómago de tanto reír o de tanto comer chocolatinas, robarle noches a la vida en manos de un gran libro, llorar con una película, pensar en lo que haré cuando sea grande -aunque ya hace mucho que llegué a la edad de serlo-, comer mango a lo "chupafruta", creerme todas las verdades, incluso las que no existen; mirarte a los ojos y meterme en ellos, hacerme una cueva con sábanas debajo de la mesa, explorar el fondo de una piscina y sentir que estoy entre corales, montar en bicicleta mientras creo que es una moto de gran cilindraje, cogerte la mano y llenarme de cosquillas, brincar de la emoción por haber recibido una buena noticia, llorar hasta que se me hinchen los ojos, ver mi guayacán volverse grande, hablar con mi papá todas las noches, romper el protocolo, caminar con los zapatos desamarrados, que me vivas, fruncir el seño y ver las arrugas en mis ojos, comer colombinas de colores, tomarle fotos a mi mamá, bailar La vida es un Carnaval y gritar en plena borrachera que me pongan La Ciguapa, conocer a fondo a mi hermanita -que de hermanita ya no tiene nada-, que mi película la haga Pedro Almodóvar, vivir un año en Nueva York, volverme contadora de historias que nunca llegaron, crear mi mitologia y creer en ella, jugar con Sofia, hacer asados, nadar en ríos y ríos de sirope y tomar whisky.

viernes, agosto 03, 2007

El mes de la cosecha


Dicen que el que menos corre vuela, que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, que matrimonio y mortaja del cielo bajan, que el que piensa pierde, que obras son amores y no buenas razones, que camarón que se duerme se lo lleva la corriente, que el que no arriesga un huevo no vende una gallina, que no hay que llorar sobre leche derramada, que la oportunidad no golpea dos veces en la misma puerta, que todo lo que sube tiene que caer, que una imagen vale más que mil palabras, que un clavo saca otro clavo, que más vale pájaro en mano que cien volando, que perro que ladra no muerde, que si el río suena piedras lleva, que pa´tras ni pa´coger impulso. Dicen y dicen. Y a mí todos esos dichos se me vinieron encima, después de oír ese te amo a cuenta gotas.

A mí me gustan los pancakes con mantequilla y sirope.

¡Yo me quiero ganar un chance como el primito de Marisol! Ay`ombe, cómo sería de bueno eso de contar con plata de un momento a otro... pagaría la deuda del carrito o no, mejor abonaría al crédito de la casa y así el sueldo me quedaría libre y podría pagar la deuda del carrito y seguir saliendo y comiendo afuera y podría ir a cine y alquilar películas y comprar por fin el último Harry Potter... ay qué bueno, pero ni siquiera sé jugar chance. Esos viajes a la tienda a comprar leche no me enseñaron nada, ni a llenar cheques ni a hacer chance ni a coger bus, qué problema.

No sé nada de lo que se necesita para vivir afuera, pero distingo muy bien a las personas mantequillas de las personas sirope: las primeras se la pasan por la vida queriendo ser de todo, creyéndose de todo, untándose de todo, pero nunca llegan al fondo de nada, ni de lo que hay, ni de lo que pueden llegar a ser. Escriben, claro, pero por ahí por encimita, sin meterle tripa al cuento. Pintan, claro, pero por ahí por encimita, sin meterle alma al cuento. Viven, claro, pues respiran y tienen sangre que sube y baja con un corazón que diastola y sistola (perdón puristas). Las personas mantequilla se deslizan sobre todo y creen que son todo. En cambio las sirope, esas son mis favoritas, van por la vida entrapándose, tal vez ni escriban ni pinten, pero empapan todo de sí mismas, le meten la tripa hasta a una parqueada del carro y el alma la ponen hasta en una aspirada al cigarrillo. Y cuando escriben y pintan, ¡qué se tenga el mundo! Y viven... ay jueputa, cómo viven (perdón otra vez señores puristas). Ay, cómo amo la gente sirope de mi vida, de la vida.

Apuesto a que los sirope sí sabrían hacer chance