miércoles, diciembre 19, 2007

EN EL SEMÁFORO

Y la niña, con voz lastimera, mirada de mártir -muy, muy, muy ensayada frente a su madre -, asomada en la ventana del carro, medio en cuclillas como si supiera que si la veía en ángulo picado ella parecería más pequeña aún, más indefensa, me pidió unas monedas para que su mamá pudiera comprarle una muñeca. Sí. Por fin una ocasión pa decir que "ajá, yo nací ayer, ¿no?" Cómo no que la mamá va a usar las monedas pa comprarle la muñeca y no pa llenar de pólvora el muñeco con el que la niña podría quemarse si no fuera porque demás que va a estar escondiéndose de la borrachera del papá que inevitablemente terminará golpeando a su mamá, quien a su vez la golpeará a ella, así que la dejará sin muñeca, cansada de tanto trabajar pidiendo plata pa la muñeca que nunca va a llegar y con golpes que no se quitarán ni cuando pasen los años ni cuando tenga su propio marido ni cuando sea su hija la que, Dios no quiera, pida plata en el semáforo pa que sea ella la que le compre la supuesta muñeca.

Y en esos pensamientos andaba perdida cuando llegó el niño con la caja de chiclets en su mano y empezó a buscar algo en el interior del carro, a escudriñarlo todo con una mirada más inquisidora que la de la madre de la niña que pedía pa poder que le regalaran su muñeca, y yo pensé: Ay Dios, por pensar tanta pendejada ahora me van a atracar, este niño está ahí mire que mire a ver que se lleva. Y yo miraba al niño. El niño me miraba. El niño miraba el carro. Yo miraba el carro, sin perder de vista al niño. El niño estiró la mano, atravesó la barrera de la ventana y yo dije: Ay juepú, aquí fue... ¿qué hago?. Entonces, el niño, con voz de niño, mirada de niño de verdad, no como la de la niña martir, me preguntó: ¿Tú de dónde pitas?

jueves, diciembre 13, 2007

LA ÚLTIMA CARTA - fragmento

Nunca fue la última. No hubo necesidad de que fuera.

lunes, diciembre 10, 2007

ME SIGUE OLIENDO A TI

"Si yo tuviera poderes no sería súper héroe, sino súper villano" Berrío

La frase del día


Y tenía una cara de villano, ¡que la vieran!

Mucho me temo que Sofia se haya vuelto actriz de porno...



... ¡bajo la lluvia y todo!


pd. Para volver a los teoremas de Germán, el sueño que tengo es directamente proporcional a la cantidad de trabajo que tengo por hacer.

ME HUELE A TI

¡Tan bueno cuando pasa eso!

martes, diciembre 04, 2007

La Navidad

Y le puse a Lina en su entrada al blog (Colombia: País de existencias. Lo encuentran en la columna derecha), lo más prepotente yo, que “lástima que la gente no escriba lo que a uno le gustaría leer... lástima que la gente no mira lo que uno quisiera que viera”, pero ahora que lo pienso la situación no genera ni cinco de lástima, porque los demás no tienen porqué ir construyéndonos el mundo a punta de ideas que son sólo nuestras.

Esa es MI tarea (pues, construirme mi mundo con mis ideas), así que voy a dedicarme un ratico a contarles que adoro la Navidad, en parte porque estoy reconciliada con mi yo-niña, porque la dejo que viva adentro, que sueñe y que juegue como lo hacía a los cinco, y en parte porque me dejo contagiar por la alegría de todos – alegría a la colombiana que tanta falta hace cuando uno vive afuera-, aunque esta se exprese con sancocho callejero, con chicharrón recién freído, con pólvora estruendosa, con bailes que terminan en pelea.

Adoro la Navidad porque huele distinto, un olor que recorre a toda velocidad el camino que une la nariz con el alma.

Adoro la Navidad porque es una época cargada de licencias, la licencia para ser Kitsch, la licencia para sonreír sin pretextos, para comer de todo, para querer y querer y querer, para llorar de la nostalgia, para volvernos niños, para oír música parrandera, para dar regalos, para recibirlos, para prender velitas y reunirnos en familia.

Yo, personalmente, necesito la Navidad así quede endeudada, la necesito para ser feliz. Y me da lástima, esta sí es de verdad, que para otros sea un mes más, un mes bulloso, grasiento, irrespetuoso y egoísta.

Y, pa' qué... ME ENCANTAN LAS LUCES POR TODAS PARTES!

jueves, noviembre 29, 2007

¿POR INSTINTO?

Todas, absolutamente toooodassss las mujeres, sin importar si somos gordas o flacas, altas, bajitas, feas, bonitas, ricas, pobres, buenas, malas (y ya sueno a canción de Ana Belén), en fin TOOOODASSS las mujeres, hasta aquellas que lo niegan, que alegan que no, que son más inteligentes, menos superficiales y que jamás lo han sentido, tenemos una Top Model en el fondo.

Experta en pasarela, además, porque no es sino estar en el extremo de un corredor estrecho y tener la necesidad de recorrerlo en su totalidad para llegar a nuestro destino y la top model aflora con toda intensidad: hombros pa´tras, espalda muyyy recta, nalga pa´fuera, barriga pa´dentro, esa inclinación extraña en el rostro, la mirada fija y baja, pero no muy baja, sólo lo suficiente y las tetas (sorry a los que les duela la expresión vulgar) dirigidas al cielo (eso creemos, ¿no?). Una vez lista la indumentaria, empieza el caminado y el deseo incontrolable de que nos golpee el viento para que el pelo ondee como en comercial de agua mineral.

Y si la habilidad en pasarela no fuera suficiente, también somos las mejores para modelaje fotográfico y los ascensores están como testigos, al menos los ascensores que tienen espejo - o los cientos de superficies reflectivas con las que nos topamos todo el día, desde el carro recién lavado del vecino hasta los vidrios reflectivos de las oficinas modernas-... Y si no fuera así, entonces, ¿por qué saltamos y hacemos cara de yo no fui cuando la puerta del ascensor se abre por sorpresa y entra el ejecutivo del quinto o el mensajero de siempre?

Top model...¿por instinto?

¡Está por verse!

martes, noviembre 20, 2007

LOS BUENOS AMORES SON COMO EL CINE

Y se viven a 24 fotogramas por segundo. 24 presentes congelados que crean una historia inmensa o un montón de historias diminutas.
Multilineales.
Lineales.
Circulares.
24 presentes que hacen un continuo.
Y ahí navegamos, para adelante, para atrás, sin más normas que las de la historia creada, que se va creando, que vamos viendo, leyendo, viviendo.
Tienes razón -tengo razón-, los buenos amores están cargados de presentes... y saben a crispetas, a chocolates, a galletas de mantequilla, a maní salado.
Saben a risa contagiosa. A miedo en conjunto. A gritos ahogados. A carcajadas estruendosas. A besos robados. A tardes sin tiempo.

viernes, noviembre 16, 2007

martes, noviembre 13, 2007

DE OTROS ENTONCES

Hubo una época en la que éramos iguales, ella y yo, casi de la misma edad, sólo unos meses de diferencia. Ambas hijas de escritores, ambas nietas de la cultura de esta ciudad, con apellidos prestigiosos y recuerdos ancestrales de un lujo venido a menos. Ambas con la misma vida por delante, las mismas opciones, los mismos sueños.

Su papá la cargaba mientras sostenía en una mano el vaso de ron con coca cola. Mi papá no me cargaba, no porque no le gustara hacerlo, sino porque yo estaba esquiva, concentrada en ver a otra como yo ahí al frente. Después, mucho después, cuando ya había decidido la vida que no sería ni actriz ni violinista, cumplí doce años y tuve un novio. Después ella tuvo el mismo novio, cuando ya las relaciones no se llevaban como parte del juego de adultez, sino como parte de la adultez real.

Su papá murió. El mío no. Y ahora somos tan distintas, la veo, tal vez me ve, seguro que no me recuerda. Y a mí se me cayó el bosque, literalmente, se me cayó el bosque en el que iba a construir un deck con un yacuzi; sólo quedó un rastrojo de hojas secas, un racimo de guineos a medio podrirse por la lluvia y unas lajas de revoque de la pared que recibió el bosque. A ella tal vez nunca se le ha caído un bosque en sentido literal. Pero nos quedan las palabras en común, y cuando leo las suyas no dejo de admirarlas.

domingo, noviembre 11, 2007

Una largaaaaaaa reflexión

Tendría unos diez u once años cuando me escribí la primera carta dizque para que no se me olvidara nunca lo que quería ser cuando fuera grande. Ahora no la encuentro, quién sabe dónde la oculté para protegerla de mí, de lo que sería a los 17 o a los 25, pero todavía la recuerdo a grandes rasgos. Sé que hablaba de los dos hijos que tendría, de hecho hasta me dirigía a ellos pidiéndoles paciencia y recordándoles que incluso desde los 10 ya los estaba esperando.

Sabía que iba a ser periodista, estaba convencida de ello, con mis palabras iría registrando la historia, no la Gran Historia, sino ese montón de pequeñas historias que suelen pasar desapercibidas, pero que se las ingenian para marcar la diferencia, tímidas, silenciosas. A los diez no fumaba y odiaba a todos los que lo hacían, tampoco comía pepinillos. Me preguntaba si los fumadores sentirían frente a su cajetilla nueva lo mismo que sentía yo cuando compraba la caja grande, amarilla, de chiclets adams y si los que sacaban pepinos del frasco sentirían lo que sentía yo cuando abría por primera vez un gran frasco lleno de dulce de brevas. Hoy me gustan los pepinillos –aunque sigue siendo mejor abrir el frasco de brevas- y no apago un cigarrillo, bueno, es un decir, pero fumo tanto que la tos no deja dormir a mis vecinos.

Mis vecinos son mis padres, increíble. A los diez nunca pensé que a los 32 viviría al lado de ellos, separada sólo por una puerta de cuarto, aunque acá todo parezca ser un apartamento. Yo me veía casada, con mi marido artista o antropólogo, queriéndonos, contándonos historias de nuestras propias aventuras, saliendo de mochila en hombro y bebé en canguro a recorrer el mundo. No tengo marido y durante unos ocho años hubiera jurado que jamás lo tendría. Ahora me hace falta, no mi marido soñado, sino uno cualquiera, un compañero estable de existencia.


Tomaría fotos, muchas fotos. Al fin y al cabo, mientras los demás pidieron una Bebé Cuchi de Navidad, cuando teníamos cinco o seis años, yo pedí mi primera cámara y me la dieron, una Kodak Disc hermosa, que dejó de tomar fotos cuando se cayó de la puerta de reja en donde la había puesto en la finca de Eva, en Santafé de Antioquia. Hoy tengo una cámara y tomo fotos, no tantas como quisiera ni de los temas que me gustarían, pero tomo fotos. Hasta cámara de video tengo y aprendí a manejar el dichoso programa de edición, pero la adultez se me impregnó en los huesos y la cámara, contrario a lo que hubiera pensado, pasa la mayor parte del tiempo guardada en un cajón de la alacena. Imagino que habría sido distinto si la cámara la hubiera recibido de Navidad a los 12, a los 13, a los 14. A los 15 ya la emoción había pasado y yo andaba oculta bajo 81 kilogramos de grasa, carne, miedos y tristezas.


Vivo en una casa con quebrada y, en contra de mis presagios, jamás he bajado la ladera que me separa de ella. No me he sentado en la hierba más de dos veces. No he hecho una sola casita de madera. Y no tengo derecho alguno a quejarme, porque nada me lo ha impedido, nadie me ha dicho que no lo haga y nunca me he dado argumentos sobre salud, edad, estabilidad o riesgo para no hacerlo.

Tengo una perra, algo de lo planeado se ha hecho realidad. Un perra hermosa, ya van tres perras que tengo desde que me escribí las cartas y todas han sido grandes compañeras. Y un trabajo estable y el carro que quería y he viajado, he estudiado afuera, he conocido otras culturas, pero no puedo dejar de sentir ese sabor metálico en la boca, el que deja la mediocridad en la vida, el que queda de no haber aprovechado cada segundo al máximo.

Todavía estoy a tiempo, ahora me escribo para recordarme el rumbo, para ver si por fin, a los 64, cuando lea esto, si Dios quiere, encuentro que he logrado al menos parte de mis sueños. Ya no quiero ser periodista, pero quiero escribir historias, esas pequeñas historias que mencioné antes. Y vivir en una finca, quizás como esta, aunque ojalá sea una de esas de bareque y ventanas de madera. Y quiero no ser esclava del trabajo ni del carro ni del reloj ni del banco con mis deudas. Quiero disfrutar al máximo algo que no imaginé a los diez que ocurriría: que llegaría a los 32, con lo lejos que se siente eso cuando uno no ha superado la primera década de vida, y mis padres seguirían vivos, que seguiríamos queriéndonos igual, que seguiríamos unidos como una familia ideal.

Si tuviera diez y hoy viniera, sé que llegaría sucia, con la ropa vuelta nada porque antes de entrar a la casa bajaría a la quebrada, me tropezaría en el camino, rodaría hasta el agua, soltaría una carcajada que quizás me llevaría a orinarme de la risa, recogería cuanta leña se me atravesara, encendería una fogata, haría una casita en la mitad de la manga, y entonces sí, guiada por la sed, entraría a conocerme. Buscaría primero a mis dos hijos, por todas partes, porque me parecería increíble que no estuvieran. Después me vería prender un cigarrillo, me llenaría de decepción y me botaría el paquete a la basura, sin miramientos, sin pensar en el desespero que mi yo adulto sentiría. Luego de unos minutos sin niños, sin brevas, sin chicles, me aburriría tanto que no vería la hora de salir corriendo y volver a mi infancia a escribirme otra carta para halarme las orejas y recordarme la importancia de hacer realidad mis sueños.

No fui científica, ya de niña sabía que no iba a serlo, aunque me apasionara la idea. Escritora, eso era lo que de verdad me motivaba, y profesora. Escribo, sí, textos publicitarios. Y soy profesora, lo que me recuerda que tengo alrededor de 150 trabajos para calificar este fin de semana, así que mejor me despido de mis conjeturas, de mis planes, de mi ayer y me concentro en el ahora.

Pero antes, una última reflexión, a ver si “marco destino”: Se acerca la Navidad y la vida se ha empeñado en darme siempre los más grandes regalos en esta época, porque he sido lo que la gente llama de buenas, nací con estrella, he tenido suerte. Mis grandes amores han aparecido en Navidad y las buenas noticias también. Esta vez será igual.

jueves, noviembre 08, 2007

DE LAS COSAS QUE SE ENTERA UNA

Años y años de ver televisión, noche tras noche, cada domingo por la mañana –bueno, por la tarde-; tantos sábados tediosos ahí, fiel a la pantalla, a la 3:4 de tubo e imagen blanco y negro en marco rojo, a la sony triniton versión antigua de control remoto con cable, a la Goldstar y por último a la 16:9 de LG, pa que ahora vinieran a preguntarme que por qué en otras partes de Latinoamérica dicen setiembre y otubre y yo no hubiera tenido ni idea ni de que le decían así ni de por qué lo hacían.

Para colmo de males, como si ver televisión no fuera suficiente, yo me ufano de leer mucho, pero por lo visto no he leído nada, nada importante, ya decía yo que Harry Potter no me iba a aportar nada. Claro que puede ser que no he leído autores obsesionados con las fechas o con los meses en cuestión.

Y si la literatura no basta, tampoco me sirven de consuelo las horas invertidas googleando por el mundo... ayyyy qué dolor, qué ignorancia.... y pensar que la Real Academia de la Lengua Española, www.rae.es, me dijo que sí, que sí existen esas palabras, y que si las dicen no es porque hablen un español menos lindo que el nuestro, sino porque son tan correctas como mis queridos meses: mi septiembre y mi octubre.

viernes, octubre 05, 2007

HOY CELEBRO

Que tengo para vos, finalmente, un silencio económico, vacío de palabras, de amores por decir, de adioses dichos.

Un silencio llano, seco, dulce, de esos que se convierten en conversaciones de taxi; que se traducen en odas al clima, en diatribas contra el virus que está dando. Un silencio tranquilo, sin saldos en rojo.

Y hoy celebro, especialmente, que tengo para mí un diccionario entero, una bitácora de cosas por decir que haré de otro cuando sea el momento.

lunes, octubre 01, 2007

Toda decisión implica una renuncia.

THE CALL OF THE WILD

Quizás así, si es lo que ha de ser, podamos encontrarnos algún día: vos con tu vida y yo reinventada, pero viva.

domingo, septiembre 30, 2007

¿SABÉS?

¿Sabés? Si yo pudiera, también me iría de viaje. Arrancaría ahora mismo por el camino que lleva a conquistarte. Te regalaría una palabra cada día, una bien escogida, pensada para vos. Una que te quedara perfecta, como una camiseta nueva de esas que tanto te gustan. La escribiría grande y muchas veces, para que no se te olvidara nunca. Y así, de mes en mes, hasta terminarte una historia y hacerte su protagonista.

¿Sabés? Si supiera, hasta te haría un mapa de retorno, para que encontraras el camino que te trae de vuelta, para que quisieras verme. Lo llenaría de dibujos, de esos pequeños de cartografía; esos dibujitos de hospital, de iglesia, de aeropuerto, de vía principal y de autopista , de restaurante y de gasolinera. Y el mar lo haría lindo, sería azul, azul profundo. ¿Las montañas? Las montañas ni hablar, dibujaría su relieve, sus valles, sus ríos.

¿Sabes? Si me quedara posible, me iría a recorrerte. Me haría grande para vos, me haría única, transitable, líquida, profunda. Me volvería extensa, incalculable o diminuta, me haría aire.

¿Sabés? Si existiera la opción, hasta me haría otra para vos. Pero soy yo, es inevitable serlo, me gusta serlo, qué hacemos si me gusta.

Y ¿yo?... Yo no te recorro, yo no te conquisto; yo, definitivamente, no te traigo de vuelta. Así que para qué irme, para qué escribirte, para qué dibujarte, para qué quedarme.

domingo, septiembre 23, 2007

Que decires # 1

- Hace mucho no escribía... Hoy no quiero dejar de escribir.

- Siempre que paso frente al cuadro que le regaló Luis Roberto a mi papá, veo a un señor medio desnudo sobre un huevo frito. Siquiera no soy crítica de arte.

- Casi todo lo que he leído, me lo han prestado (y lo he devuelto) ¡Maldita sea!

- Cumplí años y hasta se me olvidó celebrármelo en el blog. Happy B-Day a mí.

- Uno puede enamorarse a la fuerza, aprender a enamorarse, puede hasta creer que se enamora. Pero la mirada lo delata.

- ¿Dónde aterriza la tristeza cuando es lanzada en un silencio muy vacío? (Pero hoy estoy feliz, así que no viene al caso).

REFLEXION DE 10 PM

El amor es a veces como un niño chiquito: camina con pasitos corticos e inestables, se tambalea, se cae, se pone de pie y lo mira a uno, fijo a los ojos, hace un puchero, deja escapar un sollozo y uno se acerca para ver que todo está bien y el amor-niño pega un grito, un llanto desconsolado, descontrolado.

Entonces se pone de pie, con ayuda de uno, y él solito da otro paso, se tambalea una vez más, pero extiende sus manos y encuentra el equilibrio, el suyo, y suelta una carcajada, contagiosa, amplia, honda, hasta que se seca, literalmente se seca de la risa y vuelve la mirada y el sollozo que sigue al puchero y el amor se cae, esta vez del puro miedo. Y lo mira a uno como si uno fuera el culpable, uno que lo ama, que lo vio nacer, que lo ha cuidado con esmero, que hasta leche de esa cara le ha comprado, que deja de dormir con tal de verlo descansar tranquilo.

Y uno cree, teme, que el amor se va a morir de furia o de seguir seco. Entonces él lo agarra a uno de las piernas, se pone de pie y estira los bracitos para que uno lo cargue y empieza a sonreír entre sollozos, hasta soltar una carcajada limpia, lo aprieta a uno con todas sus fuerzas, como si quisiera atravesarlo, y uno se convierte entonces en un niño chiquito, ahora es uno el que sonríe, el que se tambalea, el que llora, hace pucheros, suelta carcajadas contagiosas, se cae y se seca y ahora es el amor el que se hace grande y lo abraza a uno y lo tranquiliza y le compra leche de esa cara y se trasnocha con tal de verlo descansar a uno.

PORQUE ALGUNOS DIAS DESCUBRIMOS QUE NOS LEEN

Está lloviendo, no uno de esos aguaceros tropicales que gritan amenazantes cuando el agua golpea la cañabrava o las grandes hojas del platanal. La lluvia de hoy es suave, rítmica, arrulladora.

Todavía retumba la risa, la de ahora en la tarde, la que salió de mis entrañas, de sus entrañas. Entre trapos, estopa, agua jabonosa, copao (Rubbing Compound en paisa –una de esas ricuras de nuestra lingüística), estaba el amor, Amor, porque creo que se merece la mayúscula. El Amor nuevo, el viejo, el tranquilo, el Amor-susurro, el Amor-abrazo, el Amor-sonrisa. Y con cada caricia de la estopa contra el azul manchado -chocado, estrellado, pelado, desteñido- de mi carro nuevo, respiraba una bocanada de ese amor y pensaba, pensaba mucho, tanto. No pude dejar de pensar, ni siquiera la rodilla desnuda contra el pavimento áspero sirvió para alejar el pensamiento. No pude dejar de sentir.

Y sentí.

La lluvia empieza a sonar a canción de cuna, el frío a abrazo y el trapo, la manguera, el copao, la cerveza y la risa, en el recuerdo, adquieren sabor a beso.

jueves, agosto 30, 2007

Conferencia

A mano izquierda subiendo, en el tercer piso, entre pilas y pilas de papeles, de invitaciones, de recortes de estudiantes, está el afiche. Chiquito, feo, verde - como la envidia y como este blog, ¡tendré que cambiarlo de color! - invita con letra minúscula a la conferencia: la Pobreza, dictada por expertos. Así dice. Expertos en pobreza. Qué será lo que tienen- ¿Estudiaron mucho el tema? ¿Lo leyeron? ¿Lo vivieron?

Experto en pobreza, mi amigo, el que iba en bicicleta hasta marzo, cuando se le dañó y empezó a llegar sudado, oliendo a hombre, a grasa, a jabón de tierra, a humo de carro, a tenis viejos. Y mi amigo o los otros o las otras como él, ¿de qué nos hablarían?

Mi amigo casi no hablaba, sólo de vez en cuando se le ponían los ojos vidriosos y entonces me decía con voz bajita y despacito, como para que sonara menos duro, como para que doliera menos, como para que no fuera cierto, que no había podido pagarle la escuela a los chiquitos, que para él –y para todos- era lo mismo que dejarlos sin almuerzo.

La gastronomía del pobre. De eso podrían hablarnos. Mi amigo se comía un pedazo de bocadillo en todo el día, lo sacaba de ese papel de aluminio arrugado, que era el mismo, siempre el mismo, cada día se le sumaba un rotico, una fisura. Y lo único que me recibía era un tinto, porque es común invitarse a tinto.

O ¿nos hablarán de sus desaparecidos, de sus duelos, sus batallas, de su visión de nosotros? Mi amigo un día no volvió. Dejó la bicicleta y su esposa fue por ella. No dijo nada tampoco. No lloró.

¿De qué nos hablarán los expertos en pobreza? ¿De la pobreza de nosotros? Si nosotros lo tenemos todo: carros, casas grandes, visas extranjeras, vicios costosos, verdades que copulan con mentiras, semen en botellitas, laberintos estrechos con minotauros privados y hasta tristezas que se quitan con pastillas.

-El color del blog lo cambiaré algún día, todavía no.-

martes, agosto 14, 2007

Catalejo, pa que mires un pedacito por acá

Mientras otros amores y otras faltas se tejerán en mi vida hasta llenarme de arrugas los ojos y de sonrisas la memoria, este amor te amará siempre.

lunes, agosto 13, 2007

Comentarios - mientras pienso en un mejor título.

A ver, por dónde empiezo. Escribir hoy ha resultado ser tan parecido a arreglar el closet que hasta me da miedo, ¿qué tal que apenas saque toda la ropa y me disponga a volver a meterla me coja un ataque de pereza o me caiga un trabajo más urgente que los que estoy posponiendo para perderme un ratico en este San Alejo?

Las tres faldas nuevas, voy a sacar esas.

1. 12 de agosto
Sentí un click sordo, ese sonido de implosión que se escucha adentro cuando uno descubre que ya pasó todo, que las ilusiones no serán más que palabras, que la realidad es precisamente la que uno temía que fuera. Estuve unos minutos mirando la destrucción, buscando debajo de los ladrillos algo que hubiera sobrevivido, alguna pieza que siguiera intacta, algunas palabras que no estuvieran rotas, un espejo, un recuerdo: había cuatro casi intactos y la mayoría de las palabras estaban empolvadas, casi imposibles de reconocer. Tomé lo que pude y me apresuré a cerrar la puerta. Otro click, más débil aún. El suelo tembló y no pude evitar llorar. Ya se había ido. Una llamada, dos, tres, una cita a las 10 y una despedida a las 2 y yo sabía qué había pasado entretanto, qué había ocurrido en esas horas, quién había dado la primera caricia, quién había guardado silencio. Sabía todo. La puerta sigue ahí, pero ya sé que detrás no hay nada.

2. 12 de agosto (Mientras tanto)
Leer 750 páginas en dos días no es una proeza sino un mecanismo de defensa resultado de la necesidad de absorber en dos días toda la vida que me fuera posible. Y Harry Potter resultó mi aliado en la odisea, viví, finalmente. Mientras todo se derrumbaba, yo podía gritar ---- no diré qué, no vaya a ser que algún lector de Potter esté acá y termine siendo yo la mala que cuenta el final de su historia favorita.


3. 11 de agosto
La peluquería. Tan parecida a la sociedad que hasta me dan ganas de vomitar. Cada vez más hombres se hacen el manicure, aunque lo hacen mientras cuentan las historias de sus novias, de sus hijas, de sus amantes. Imposible guardar silencio y que los demás crean que son maricas, gays, homosexuales. Por cada uña una anécdota de amor absurdo, de pasión exagerada. Ese sonido constante de un secador que pasa por encima de ti cada tres segundos, tostándote las ideas, aunque a ti sólo te estén arreglando las uñas. Esos pelos tirados en el suelo sin importar cuántas veces barran o con qué escoba lo hagan. Esas conversaciones que no paran. Las dos señoras, feas como ninguna y bonitas como cualquiera, porque en esta ciudad cualquiera con unos cuantos millones en la cuenta pasa de ser la que menos miran a convertirse en la que más admiran, por sus tetas (ups, qué grosera estoy), sus narices perfectamente moldeadas –a las de otras cien- y sus caderas, tan redondas como si estuvieran dibujadas a manera de bosquejo, de esos que son llenos de bolitas para dar con la correcta proporción humana. Las dos feas operadas no paran de hablar, que ojalá fulanita –la niña de quince que está en embarazo y llena de orgullo a todos los que la rodean, porque la mujer es pa parir; menos a su mamá y a sí misma que se veían en otros cuentos antes cederle al destino la opción de realizar su camino- tenga un niño, porque qué horror que sea niña, vea un botón para la muestra, sus hijos, siquiera, gracias a mi Dios, afortunadamente, son hombres y muy hombrecitos por cierto, siquiera son sin vergüenzas (léase perros, mujeriegos), pero qué tal que fueran mujeres y fueran así, ay Dios mío, virgen santísima, que me vengan a mí conque mi hijo es perro y le digo que sí y a mucho orgullo, pero que no me digan que mi hija es perra, porque mato y como del muerto y quién podría con la vergüenza (léase deshonor humillante, aprobio) donde fuera cierto. Y esa impotencia que se siente cuando las manos se convierten en objetos inútiles, incapaces siquiera de sacar un billete del bolsillo, de encender un cigarrillo o de chasquear los dedos para que todo desaparezca. Ah, y esta vez hay dolor en el ambiente, la novia del hijo de la dueña había muerto súbitamente, joven, bonita, querida como todo muerto, aunque según las fuentes esta sí era querida. Había muerto y la habían arreglado como no era, la noche anterior un ejército de almas caritativas había salido, desinteresadamente, con secador, cepillo y maquillaje para dejar el cuerpo como era cuando estaba vivo, los de la funeraria no habían logrado el cometido. Tan desinteresadamente que se había convertido en el tema recurrente. Y mientras el secador sigue golpeándome, se arremolinan más y más dolientes para que les cepillen el pelo, les arreglen las uñas, les depilen las cejas porque hay que ir, no a dar respetos ni a presentar las condolencias, sino a ver la muerta y todos sabemos que pa los muertos no hay como visitantes muy bien arreglados.
En fin. La peluquería, la vida. O ¿soy yo?



Ahora los zapatos, los viejos, los caminados.

Últimamente ando con la sensación de estar librando una batalla en el mundo de las palabras, en las hojas vacías. Una guerra que no sé cómo empezó ni cuándo, pero que cada día me aleja más y más, como si yo fuera un libro deshojado y me hubieran empezado, a punta de palabras, a llenar de páginas y páginas de sin sentido y hubieran convertido a mi página siguiente en el epílogo.

Pensándolo bien, no me daría la vida pa seguir arreglando el closet. No por hoy.

jueves, agosto 09, 2007

miércoles, agosto 08, 2007

Todavía


Todavía quiero verme estallar hasta que nazca María, hablar en diminutivo, nadar hasta que se me arrugue la piel, vivirte, saltar en los charcos en lugar de esquivarlos, creer en finales felices y contarme cuentos de terror,comer algodón de azúcar y terminar con los dedos empegotados, quitarle el miedo a las arañas, ver figuras en las nubes, escribir hasta que me duelan las manos, pedirle deseos a las estrellas fugaces, hablar hasta el amanecer, contener carcajadas debajo de la almohada, hacer sapitos con piedras, sentir que me duele el estómago de tanto reír o de tanto comer chocolatinas, robarle noches a la vida en manos de un gran libro, llorar con una película, pensar en lo que haré cuando sea grande -aunque ya hace mucho que llegué a la edad de serlo-, comer mango a lo "chupafruta", creerme todas las verdades, incluso las que no existen; mirarte a los ojos y meterme en ellos, hacerme una cueva con sábanas debajo de la mesa, explorar el fondo de una piscina y sentir que estoy entre corales, montar en bicicleta mientras creo que es una moto de gran cilindraje, cogerte la mano y llenarme de cosquillas, brincar de la emoción por haber recibido una buena noticia, llorar hasta que se me hinchen los ojos, ver mi guayacán volverse grande, hablar con mi papá todas las noches, romper el protocolo, caminar con los zapatos desamarrados, que me vivas, fruncir el seño y ver las arrugas en mis ojos, comer colombinas de colores, tomarle fotos a mi mamá, bailar La vida es un Carnaval y gritar en plena borrachera que me pongan La Ciguapa, conocer a fondo a mi hermanita -que de hermanita ya no tiene nada-, que mi película la haga Pedro Almodóvar, vivir un año en Nueva York, volverme contadora de historias que nunca llegaron, crear mi mitologia y creer en ella, jugar con Sofia, hacer asados, nadar en ríos y ríos de sirope y tomar whisky.

viernes, agosto 03, 2007

El mes de la cosecha


Dicen que el que menos corre vuela, que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, que matrimonio y mortaja del cielo bajan, que el que piensa pierde, que obras son amores y no buenas razones, que camarón que se duerme se lo lleva la corriente, que el que no arriesga un huevo no vende una gallina, que no hay que llorar sobre leche derramada, que la oportunidad no golpea dos veces en la misma puerta, que todo lo que sube tiene que caer, que una imagen vale más que mil palabras, que un clavo saca otro clavo, que más vale pájaro en mano que cien volando, que perro que ladra no muerde, que si el río suena piedras lleva, que pa´tras ni pa´coger impulso. Dicen y dicen. Y a mí todos esos dichos se me vinieron encima, después de oír ese te amo a cuenta gotas.

A mí me gustan los pancakes con mantequilla y sirope.

¡Yo me quiero ganar un chance como el primito de Marisol! Ay`ombe, cómo sería de bueno eso de contar con plata de un momento a otro... pagaría la deuda del carrito o no, mejor abonaría al crédito de la casa y así el sueldo me quedaría libre y podría pagar la deuda del carrito y seguir saliendo y comiendo afuera y podría ir a cine y alquilar películas y comprar por fin el último Harry Potter... ay qué bueno, pero ni siquiera sé jugar chance. Esos viajes a la tienda a comprar leche no me enseñaron nada, ni a llenar cheques ni a hacer chance ni a coger bus, qué problema.

No sé nada de lo que se necesita para vivir afuera, pero distingo muy bien a las personas mantequillas de las personas sirope: las primeras se la pasan por la vida queriendo ser de todo, creyéndose de todo, untándose de todo, pero nunca llegan al fondo de nada, ni de lo que hay, ni de lo que pueden llegar a ser. Escriben, claro, pero por ahí por encimita, sin meterle tripa al cuento. Pintan, claro, pero por ahí por encimita, sin meterle alma al cuento. Viven, claro, pues respiran y tienen sangre que sube y baja con un corazón que diastola y sistola (perdón puristas). Las personas mantequilla se deslizan sobre todo y creen que son todo. En cambio las sirope, esas son mis favoritas, van por la vida entrapándose, tal vez ni escriban ni pinten, pero empapan todo de sí mismas, le meten la tripa hasta a una parqueada del carro y el alma la ponen hasta en una aspirada al cigarrillo. Y cuando escriben y pintan, ¡qué se tenga el mundo! Y viven... ay jueputa, cómo viven (perdón otra vez señores puristas). Ay, cómo amo la gente sirope de mi vida, de la vida.

Apuesto a que los sirope sí sabrían hacer chance

martes, julio 31, 2007

AHORA QUE LO PIENSO


Más bien hago un manual de cómo soy, pa que cuando llegue alguien no sólo sepa de antemano a mí que no se me hace, sino que tenga clarísimo a qué atenerse, qué hay detrás de estas gafas que, a propósito, me hacen ver más grande la nariz (espero que sean las gafas y no que llegué a esa edad en la que la nariz y las orejas alardean sus hormonas de crecimiento eternas mientras las tetas se hacen cada día más chiquitas).

A mí, por ejemplo, como acabo de notarlo ahora que me vi obligada a describirlo, todo el mundo me cae mal hasta que me demuestre lo contrario. Lo malo (o bueno) del asunto, es que suelen demostrarme lo contrario muy rápido... pero no me estresa mayor cosa, porque sé, porque me lo han dicho, lo he visto, lo he sentido, que también le caigo mal a todo el mundo hasta que le demuestre lo contrario (y suele tomarme un buen tiempo eso de aplicarle método científico a mi existencia).

Además, a mí las cosas que no me gustan terminan gustándome, incluso me acusan de tener una incapacidad innata de reconocer qué no me gusta y qué no quiero, es decir, en cristiano, que algunas veces cuando afirmo con vehemencia que algo no me gusta, en realidad es que no quiero de ese algo particular en ese preciso momento.

Fumo... eavemaría, como lavandera mueca... aunque sé que tengo que dejar este vicio de ser chimenea antes de que sea demasiado tarde, pero si me pongo a pensar mucho empiezo a creer que ya es demasiado tarde, que ya estoy envolviendo la cuerda, que parezco un yoyo que no va a ninguna parte fuera de arriba y abajo, entonces puede que siga fumando como lavandera mueca a ver si por fin empacamos maletas y nos vamos.

Y no hablo en plural por tener personalidades múltiples, no es que ignore al obrero que llevo dentro, el que echa piropos guaches a diestra y siniestra, sino porque queda como maluco eso de empacar en primera persona, da la sensación de ser demasiado temerario.

Tan temerario como llevar ya dos años en un mismo trabajo, con paréntesis de seis meses para explorar otros terrenos narrativos y propiciarme una hernia hiática, que no cuido porque amo la comida picante y tomo whisky mínimo tres veces a la semana.

Y me gusta amar con palabras, algunas veces por puro amor y otras pa no tener que comprometerme adentro, me vuelvo escribiente de mi misma, me construyo un personaje y se lo vendo al otro... aunque cuando amo de verdad, también amo con palabras... para el lector anónimo puede resultar difícil entender la diferencia y no suelo dar ninguna pista a este respecto... si, un poquito de prepotencia.

No soy orgullosa, pero no perdono. Suena complicado, pero me molesta que me odien, me molesta sentir odio, así que olvido las injurias y continúo con mi vida, saltando en la pradera, cogiendo mariposas, sonriendo. Hasta que el conejito de los simpson es aplastado y aparecen las miles de injurias una a una, presionando, atacando, golpeando. Aunque tampoco pego, nunca he pegado y nunca me han pegado (salvo cuando tenia 12 y le pegué un botellazo -de plástico- a mi primita Ana María, que le sacó el aire, un grito y un odio que, afortunadamente, también se le quito rapidito).

Muy complejo... ah, me gusta la torta de chocolate antes de meterse al horno y las galletas me dan gastritis.

lunes, julio 30, 2007

CATARSIS

¿Qué tal que pudiera hacerme un listado de mandamientos, algo así como un manual de qué no se me hace, de qué no debo dejar que me hagan, que se sume a las miles de leyes que tengo grabadas en mi ADN y que me dicen qué no debo hacer?

Sería difícil construirlo, porque pelearían la psicología, el mercadeo y las buenas maneras, lo que llaman la educación y el consabido silencio que la acompaña. Pelearían las ganas de gritar que a mí nunca se me dice que se enseñaron a estar sin mí, que a mí nunca se me tiene que sacar un rato escurrido en una cronología ajena, que a mí nunca se me llama sólo cuando las funciones fisiológicas están dándole un respiro a la agenda telefónica, que a mí nunca se me deja para mañana, para después, para cuando haya un ratico libre o un sueño inconcluso pataleando en una cuna de caña brava, que a mí nunca se me deja con una confesión en la boca, un nudo en la garganta y una clase por delante, que a mí nunca se me deja esperando oír un ringtone para escuchar un hasta mañana ya gastado, ya costumbre.

Estos gritos pelearían con el estropajo de mercadeo y buenas maneras que tengo metido en la boca, con las lianas de razones, justificaciones y perdones que me amarraron los brazos para no salir flotando, con esta necesidad de no tener que gritarlo nunca que tengo hirviendo en agua de ruda para tomarme la aromática, con el miedo a oír mi voz entre la selva de silencios, de ver cerrarse un camino que ya hasta letrero con calavera tiene en la puerta.

Pero, sobre todo, pelearían con este sentimiento de amor eterno, con estas ganas de que todo sea un dejavu mal vivido, de que llegue por fin la noche en que encuentre un carro más en el parqueadero, de que vea zapatos de otra talla en el closet, de que encuentre un cepillo de dientes más. Pelearían con lo que siento y tengo que seguir sintiendo, porque entre las miles de normas de mi ADN, están prohibidos los abortos, y dejar de sentir ahora, así, abruptamente, sería el peor de todos.

UNA CARTICA


Puede que sea porque ando con el estrés alborotado, situación que espero se resuelva mañana cuando entreguemos la campaña, o porque anoche mientras por fin me leía "Mujeres que corren con los lobos" me enteré de un tal sueño del depredador, supuestamente recurrente en las mujeres y que yo nunca había tenido, y pues claro, con el inconciente colectivo en su cúspide de la obediencia, no fue sino que me durmiera para que me despertara la pesadilla del depredador, versión Veroniquesca: un secuestro, muy dialogado por cierto.

Aunque también puede que sea falta, pura y legítima falta de esa que le da a uno cuando da una vuelta en la cama y no hay un otro ahí que evite la caída contra la realidad de estar solo; de la que le pone a uno los nervios de punta porque ni las tres cobijas ni el perro abrazado ayudan a quitar el frío, de la que se siente al ver el closet lleno de ropa talla 10 y zapatos 39 y de la que se escucha cuando hace días que las palabras en diminutivo desaparecieron del léxico.

O puede que sea ausencia de volumen los domingos, cuando los oídos sólo oyen la quebrada allá a lo lejos o el televisor al frente y ni qué decir de todo el sistema diseñado para hablar, usado sólo para comunicarse en voz alta con el perro, el del abrazo, o para responder escuetamente una llamada telefónica.

Puede que sea una mezcla de todo, pero hoy amanecí con ganas de escribir (te). De ver (te). De sentir(te).

lunes, julio 23, 2007

EN RESUMIDAS CUENTAS

Una mirada, un titubeo, otra mirada, una sonrisa, dos días, otra mirada, una sonrisa, ahora de cerca. Dos labios, cuatro. Otra mirada, la distancia, un recuerdo, el reloj y el segundero. Una sonrisa, un pensamiento, otro beso, una mesa, una pared y, de fondo, música.

Una cerveza, otra mirada, otro beso, la sorpresa, dos manos, dos cuerpos, una sonrisa, un beso, una noche entera, cinco días. Una mirada, una certeza, una sonrisa, dos cuerpos, una noche eterna, 700 días, dos manos que se entrelazan y, de fondo, música.

Una mirada menos, una sonrisa al día, dos manos, dos cuerpos, un beso, cuatro labios, ocho. Una mirada, un titubeo, otra mirada, una lágrima, una sonrisa, ahora de lejos. La distancia, el recuerdo, una sonrisa, un beso menos y, de fondo, música.

Otra cerveza, una mirada, ningún beso, la sorpresa, una mano, otra, un cuerpo, una sonrisa, un segundero, un titubeo, un peso. Un silencio, una mentira, otro titubeo, una distancia y, de fondo, nada.

...
...
...

Una mirada, un titubeo, otra mirada, una sonrisa, dos días, otra mirada, una sonrisa, ahora de cerca. Cuatro labios, un beso, otra mirada, otra mesa, un pensamiento, la pared y, de fondo, música.

sábado, julio 21, 2007

La ficción y yo

He hecho de mi vida una película de ficción – y no una muy taquillera. No sé. Los personajes que la habitan fueron construidos por mí, todos. La pareja perfecta, la hija que aún no ha nacido, el amor que se fue una y otra vez – encarnado en la pareja perfecta, en la no tan perfecta, en la imperfecta del todo y así hasta llegar al primero de los amores. ¿Amores?
En el fondo aún no entiendo la trama ni la subtrama. No sé hacia dónde va, cuál es el siguiente punto de giro. No sé reconocer a las personas, distinguirlas de los personajes. No sé o no quiero hacerlo, aunque cada una de ellas, en su debido momento, ha matado, asesinado a sangre fría al personaje que encarna. La sangre del último asesinato todavía está fresca; aún lo resiento, cada mañana, cada segundo. Tengo que mejorar el proceso de casting o dejar de construir personajes. Quizás sea mejor que la hija, el hijo, que no ha nacido, que no se ha concebido, nunca lo haga, así el personaje no entrará en la historia y ninguna actriz, ningún actor, podrá matarlo al tratar de encarnarlo. Aún está por verse.
Pero primero tengo que descubrir la trama, para saber qué paso dar, hacia dónde ir.

miércoles, julio 04, 2007

SUELTA MI MANO

No he pagado los derechos, pero es sólo un préstamo, como cuando uno parafrasea a un amigo porque su dicho de siempre queda perfecto para la ocasión. Así que señores de Sin Bandera, préstenme la canción un ratico y déjenla a ella decir lo que no me atrevo.

viernes, mayo 18, 2007

miércoles, mayo 16, 2007

UN MINUTO DE SILENCIO

Por todos los que mueren de célula en célula, por los que matan el alma, por los que cierran los ojos y enjugan una lágrima, por los que sonríen porque no queda más remedio, por los que entienden lo inintelegible.
Un minuto de silencio para que crezcan flores y salgan ríos de las piedras.

martes, mayo 15, 2007

¿Será?

Y de magia en magia, de allá y de acá, de ires y venires, fue naciendo. Y fue hoja, flor, guayacán, bosque, mariposa, pájaro, hada, duende, piedra, río, cielo, estrella, universo, silencio. Sí. Tanto tenía, tanto sentía, tanto había por decir, había sido dicho, iba a serlo, que creció hasta ser silencio, silencio grande que todo lo abarcaba, que todo lo decía, que acariciaba, besaba, sentía, que seguía creando, un bosque más, un universo alterno, un cielo nuevo.
Un día, hasta el silencio cedió ante su presión y ahí nació el amor.

martes, abril 24, 2007

AVISO CLASIFICADO

DESDE QUE LEÍ NATHALIA SUPE QUE ERAS TÚ, PERO NO ME DEJASTE CORREO ELECTRÓNICO Y TU PERFIL ESTÁ BLOQUEADO, ASÍ QUE NO TENGO MANERA DE HACER QUE LA COMUNICACIÓN SEA DE DOBLE VÍA.
QUÉ FELICIDAD ENCONTRARTE -QUE ME ENCONTRARAS-, SABER DE TI, OÍR DE TI.
PORFA!!!! SI LEES ESTO, ESCRÍBEME TU DIRECCIÓN DE ALGUNA MANERA.
MI CORREO ES veroniej@gmail.com
UNA VEZ MÁS, QUÉ ALEGRÍA QUE APARECIERAS!!!!
UN ABRAZOTE
VERÓNICA

(Siquiera no me cobro por palabra en este espacio clasificado... ¡me arruinaría!)

lunes, febrero 19, 2007

QUERER

Quiero que mi película la haga Pedro Almodóvar.
Me gustaría verla en cartelera y regresar a casa con el deseo incontrolable de tomarla entre las manos y ubicarla en el centro de la sala, convertirla en bailarina de porcelana o en escultura de Botero.
Quiero que cada plano parezca un cuadro pintado hace cien años, que la historia me lleve, me traiga, me golpee, me reviva, me cuestione y me deje con esa sensación de vacío satisfecho que me invita a seguir viviendo.
Quiero que Almodóvar la tome entre sus manos, la destruya y la recree, y me la entregue, nuevecita, estrenando, que le ponga a mi Lucía de lo mismo que le pone a su Raimunda; que al terminar la historia todos sintamos que la vida continúa, pero sin nosotros, que no nos importa, que no tenemos cabida en lo que sigue, que es un secreto que jamás descifraremos. Quiero verla y no reconocerla de inmediato, pero pensar que por allá en el fondo hay algo que nos une, que nos vimos en otro tiempo, en otra vida.
Quiero que él le haga el amor a cada toma, que los silencios sean suspiros. Quiero que la tienda de la esquina sea igual a la de su infancia, a aquella en la que compró bombones con caramelo o turrones de alicante cuando su nombre todavía no decía nada, y que el sacerdote sea el de sus pesadillas; quiero que la minifalda de la joven esté a su altura, que sea como él se la imagine, que despierte en él las pasiones más profundas.
Quiero que mi ventana sea de almodóvar, que de bendita no tenga más que el nombre.

Se preguntarán a qué viene esto, por qué ahora, qué más da, por qué no ahora, al fin y al cabo, según la teoría, todos estamos a seis personas de distancia de aquel que necesitamos, eso significa que necesariamente quien lea esto se encuentra a cinco de Almodóvar, y así, de menos en menos, hasta que sea el mismo Pedro –confianzas que me daré en aquel entonces- el que me diga: quiero que tú película sea mía.

lunes, febrero 05, 2007

ODA A LA TIENDA DE LA ESQUINA

Cuando uno se va del barrio quisiera que la tienda de la esquina saliera detrás de uno, que Doña Señora empacara sus corotos y amarrara sus sonrisas junto con todos esos papelitos en los que anota día a día las deudas, las del mercado, las del almuerzo, las de los chocolates y los cigarrillos; que cogiera la nevera y el mostrador gastado, el vidrio que tantas veces sirvió de barrera entre la razón y el corazón, y los metiera en el camión de las mudanzas, que llegara al barrio nuevo y siguiera siendo para uno la señora de su tienda de la esquina, la que fía y sabe desde antes qué es lo que uno quiere, la del tinto por la mañana, sin azúcar como siempre, y la del pastel por la tarde, de guayaba de la buena.
Pero, ¡la tienda es tan fiel a su esquina!

...


(Luego, cuando son otros los años, otras las casas, otros los que fían, otros los ojos que se debaten frente al mostrador, otros los pasteles de guayaba, la señora de la esquina sigue ahí, todavía se acuerda de uno, todavía tiene un papelito guardado, ya amarillo, en el que se lee con tinta borrosa la última deuda, la que perdonó, la que saldó porque así es ella y todavía lo ve a uno y le sonríe mientras le sirve el tinto de la mañana, el sin azúcar como siempre)

miércoles, enero 31, 2007

16 Millones de segundos (casi 17)

Tengo 31 años, casi 32, y tengo que confesar que todavía no he vivido.

Al menos no he hecho nada que sea tan importante como para sentarme y pensar en todo lo que he aprendido, en todo lo que ha ocurrido, en todo lo que he cambiado, y aspirar profundamente el cigarrillo mientras pienso, Mierda, todo lo que he vivido.

No
Nada que siembro un árbol, aunque un día casi lo hago.
Nada que escribo un libro, en parte porque nada que vivo, así que sigo sin tener qué escribir y ahí empieza un círculo vicioso como tantos otros en los que se van metiendo los días.
Y nada que tengo un hijo.

No he superado ni el abc de la vida, no he hecho lo básico, lo mínimo que, según el dicho, todos debemos hacer para sentir que hemos vivido.

Y a eso no es sino sumarle cosas.

Nunca he visto un arma de verdad... salvo dos, aquella con la que practicaba tiro ese novio que tuve un tiempo cuando no sabía siquiera cómo se definía el amor y la que me pusieron en la cabeza cuando atracaron el restaurante de comidas rápidas en el que acababa de pedir un sánduche que se llamaba media luna, aunque tenía forma alargada, y las cientos de juguete, las de luces, las de agua, las de balines y las que se parecen tanto a las de verdad que hasta tienen prohibido llevarlas por la calle.

No he sido revolucionaria, porque, a decir verdad, no me ha pasado nada que me lleve a protestar, no he sentido el llamado de la izquierda o la derecha y el punto intermedio me resulta lo suficientemente cómodo como para quedarme en él. Aunque si algún día llegara a serlo, creo que no me gustaría, porque terminaría peleando contra eso de las revoluciones armadas mientras abogo por las culturales, que tampoco llevaron a ninguna parte a los seguidores de Mao Tse.

No he hecho largas travesías heroicas en las que he desafiado a la naturaleza, vencido a los violentos, superado pruebas tortuosas, padecido hambre y frío, en las que me he agotado físicamente y de las cuales mi espíritu ha salido renovado, con un conocimiento nuevo, con otra visión de la vida. Mis viajes han sido programados, con maletas de 40 kilogramos y pasajes costosos en avión y de ellos no he aprendido nada que no hubiera podido aprender en los libros.

No he conocido la pobreza.

Si a eso vamos, tampoco he sentido la tristeza, la profunda, la que se queda en los ojos.

Y, sin embargo, tengo 31 años, casi 32, es decir que he estado 11.315 días acá, 16’293.600 segundos, y, sin duda, algo ha pasado en ellos.

Pero qué, Mierda, qué.

Tal vez si lo veo de atrás para adelante o si hago un promedio de mis días.

De la casa al trabajo, del trabajo a la casa o al bar o al restaurante. Y el trabajo se divide en dos, de la oficina a las clases, de las clases a la oficina, siempre con el mismo ritmo frenético, siempre con el despertador que suena y que ignoro, siempre las carreras, las congestiones. El sol. Las nubes. La lluvia. La gastritis. El cigarrillo. El tinto. Siempre mi ciudad, mi Medellín.

y... ¿si mi Medellín no existe?

Sopa en la nevera

Como ahora resulta que cualquiera que pase por la cuadra y se asome a la ventana y lo vea a uno en plena hora de almuerzo tiene la capacidad de reconocer si la tajada está madura, pintona o verde y de saber si el arroz quedó mojado o está seco, me dijeron ayer que yo amaba con palabras, de labios pa´fuera. Todavía no sé si eso significa que de la ventana pa´ allá se ve si la carne está quemada o si es sólo rabia de caminante, un elogio camuflado, una envidia termino medio. Pero es cierto, amo con palabras y son más las palabras que dejo de decir que las que digo y aman más las primeras que las últimas, porque se escuchan más duro aunque no aturden y se graban para siempre en la fonética de las alacenas.
Ahora resulta que todos los transeúntes se creen invitados a la mesa y me obligan a pasar de ser lo que soy a ser mesera. Pero no voy a cerrar la ventana, más bien espero a que cierren la cuadra. Y mientras tanto sigo amando con palabras, porque mientras haya sopa en la nevera, tengo mucho por decir, de labios pa´fuera y alma pa´dentro.